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Os presento: Serendipia, Talit. Talit, Serendipia.
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“Ahora sé que somos nosotras quienes les necesitamos a ellos”
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“Āmi tōmākē bhālabāsi”, un ‘te quiero’ en bengalí

Os presento: Serendipia, Talit. Talit, Serendipia.

Hoy me he despertado feliz, muy feliz, ¿y sabéis por qué? Porque he soñado con Talit. Es un lugar tan especial que cada vez que se me viene a la mente se me dibuja una sonrisa en la cara.

He soñado que volvía allí, a sentir el calor, a comer mangos, a intentar descifrar qué quiere decir cada una de las personas con las que me voy cruzando, a beberme todos los tés que te ofrecen en las casas… A, literalmente, temer por mi vida cada vez que voy por la carretera, a las misas en inglés y bengalí que hasta acabé “entendiendo”, a los ventiladores constantes, a las vacas y cabras en medio de cualquier lugar… Pero, sobre todo, soñé que volvía a convivir con las personas de Talit, con nombres y apellidos. Por eso, me he levantado tan contenta, porque de verdad me he creído que estaba allí.

A principios de este curso, pusimos a la venta unas sudaderas con el fin de recaudar dinero para el Hostel. Cuando pensábamos qué diseño podíamos ponerle, se nos vinieron a la cabeza múltiples ideas, pero nos quedamos con la más sencilla, la que resumía lo que para nosotras significa Talit. Decidimos estampar la palabra “SERENDIPIA” junto con su definición: “Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”. Para cada uno de nosotros, puede significar cosas distintas. Para Fleming, el descubrimiento de la penicilina; para Cristóbal Colón, el descubrimiento de un nuevo continente; el descubrimiento de las patatas chips para George Crum; y para mí, Talit. Como era de esperar, este verano no vamos a poder ir, así que espero seguir soñando con ese calor, tanto del que se te pega al cuerpo, como el que te ofrecen todas las personas que allí te cruzas.

Realmente, si me paro a pensar, lo que yo pude dejar allí es ínfimo comparado con lo que me llevé. Sinceramente, siento que mi mayor tarea está aquí. Mi mayor reto es conseguir canalizar todo lo que conocí, viví y sentí en Talit y ser capaz de transmitirlo aquí. Ninguno de nosotros vamos a salvar el mundo, pero qué importante es que haya personas que intenten conectar unas partes del mundo con otras, que conciencien sobre lo que hay en el lado contrario a nuestra comodidad. Y, gracias a Dios, cada vez me encuentro con más y más personas que lo intentan. Yo me he querido sumar a ellas a mi manera. Este año me quedo con las ganas de volver, pero me las reservo para el que viene, para descubrir nuevas personas, nuevas costumbres y qué ha cambiado allí, pues estoy segura de que serán muchas cosas.

Los niños del Hostel me demostraron que son tan felices allí, que se me encoge el corazón de pensar que llevan meses sin poder pisarlo. Jiji, uno de los Hermanos Maristas del Hostel, nos cuenta que cuando se pone en contacto con ellos para saber cómo están y qué necesitan, le preguntan que cuándo podrán volver, que tienen muchas ganas. Pero claro, este maldito virus golpea a unas partes del mundo más fuertemente que a otras y, de momento, no tienen fecha de vuelta. Me cuesta pensar en el Hostel sin los niños… ¡Qué grande se les tiene que hacer a los tres Hermanos Maristas que viven allí!

Es evidente que si SED actúa allí es porque se trata de una zona desfavorecida y con múltiples necesidades. Así que, os podéis imaginar qué está pasando ahora. Sí, están pasando aún más necesidad si cabe.

A veces me pongo a pensar en las cosas de las que me he quejado estos meses. Que si vaya tela que no puedo ir a tomarme una cerveza con mis amigos; que si qué calor da la mascarilla; que si qué lata las colas que hay en muchos sitios; que si me duele la cabeza de estar todo el día delante de una pantalla; que si me paso el día en chándal; que si tengo que hacer deporte yo sola porque no puedo ir al gimnasio; que si no puedo ir a devolver cosas que me compré justo antes del confinamiento; que si vaya lo que cuesta encontrar ahora una mesa en un bar; que si vaya calor que hace y no puedo ir a la playa a bañarme; que si no paro de abrir el frigorífico y la despensa y comer comida basura… En fin, problemas del primer mundo, ¿no?

Después, se me vienen a la mente tres caras que sitúo en Talit. Las de Jiji, Chema y Malangmei. ¡Vaya labor están haciendo con las familias de la zona! Debido al confinamiento, muchas no pueden ir a trabajar, y os podéis imaginar qué significa eso, teniendo en cuenta que viven al día. Pues bien, estos tres superhéroes comenzaron, tanto con dinero de su Comunidad, como, más tarde, con dinero de un proyecto de emergencia que SED les ha concedido, a repartir comida a las familias de la zona. Y esto, creedme, les está salvando la vida. Porque allí como, desgraciadamente, en otros muchos sitios del mundo, se enfrentan a dos pandemias: la del coronavirus y la de la pobreza, la cual llevan sufriendo mucho, pero que mucho tiempo.

Ahora, solo nos queda rezar, rezar mucho. Porque es evidente que todos, de una manera u otra, estamos sufriendo estos meses, pero no nos podemos olvidar de los que llevan sufriendo mucho tiempo antes que nosotros. Ojalá y todo lo que estamos viviendo nos haga unirnos un poquito más al resto del mundo y a los que sufren. Estoy segura de que eso hará que este mundo sea un poquito más humano.

 

Elena Garmón, voluntaria SED del CTM en Talit, India.

“Ahora sé que somos nosotras quienes les necesitamos a ellos”

Soy Cristina Roldán, voluntaria de SED en el CTM de Talit, India, durante el verano de 2019. Casi un año después de la experiencia en Talit, me siento capaz para escribir un poquito sobre lo vivido allí.

Recuerdo el viaje de ida. Durante el primer vuelo conseguimos dormir bastante y estuvimos entretenidas jugando y viendo pelis. En el segundo vuelo… los nervios y las preguntas se apoderaron de mí. Preguntas tan simples como, ¿qué hago aquí…? que hasta ese momento no me había planteado.

Llega el momento de abrirse las puertas del aeropuerto para poner los pies sobre Calcuta. Ya sí que no hay marcha atrás. Comienza la aventura. Los dos hermanos, Jiji y Malagmei nos estaban esperando a las tres junto con las sisters. Recuerdo mucho calor…un calor que seguro no olvidaremos, calor que se pega a ti y no se separa hasta que vuelves a España; recuerdo caos pero dentro de su propio orden establecido; ruido, mucho ruido…claxon sonando continuamente y mucha gente hablando al mismo tiempo; muchas luces debido a la decoración de los camiones de allí…

Tras unas horas en la furgoneta, al fin llegamos al hostel. Un sitio que sin darnos cuenta ya se había convertido en nuestra casa desde el momento en que nos bajamos de la furgoneta. Algunos de los chicos nos esperaban para conocernos y ayudarnos con el equipaje. Todos callados, nos miraban con curiosidad y con una sonrisa en su rostro. En este momento aún no sabíamos lo que escondían estos niños, pero tardamos poco tiempo en saberlo. Aquello que escondían es algo que por mucho que quiera explicar hay que vivirlo. Chicos serviciales, trabajadores, respetuosos, atentos, alegres…con edades entre 7 y 17 años, capaces de hacer todo lo que se propongan, sin miedo a intentarlo. Cincuenta y pocos niños que, sin duda, fueron (y son) nuestro regalo en la India junto a los tres Hermanos Maristas.

Durante nuestra estancia allí nos dimos cuenta de que esos niños no nos necesitan, se valen por sí mismos pese a su edad tan temprana. Cada día se organizan entre ellos y se reparten las diferentes tareas de la casa. Cada uno tiene un rol. Tienen su propio huerto el cual cuidan de un modo asombroso, lavan cada día su ropa en la pila que tienen y la dejan mil veces mejor que nosotras, ayudan diariamente a la cocinera a preparar su comida, lavan las cosas después de comer, tienden la ropa y están atentos de la lluvia para quitarla y evitar que se moje de nuevo…

Ropa tendida… algo simple que hacemos en nuestro día a día y que en ellos lleva muchos valores detrás, ese ser trabajadores y atentos como dije al comienzo. Me recuerdan al cuento de la cigarra y la hormiga, donde estos niños, obviamente, son las hormiguitas.

Como niños que son, también tienen momentos de jugar y pasarlo bien. Algunas tardes dedican un rato a jugar al fútbol en grupos en el gran campo de césped que hay en la parte de atrás de la casa. Y, cada noche después de cenar tienen una hora de ocio donde juegan por grupitos pequeños a diferentes juegos: cartas, “crawbard” (típico juego de allí), cricket… Sin duda, una de las imágenes más bonitas que guardo en mi cabeza era verles jugar cada noche junto a los 3 Hermanos Maristas. Juegos de los que aún no nos hemos enterado de las normas porque las cambiaban cada día.. jaja

De la comida decir que todo estaba riquísimo y que comíamos mucho pero eso sí… pique y más pique. Yo creo que nuestros estómagos aún no se han recuperado.

Todo lo celebran con bailes y así fueron nuestra bienvenida y nuestra despedida de la India. Llevan el ritmo en la sangre.

Todos los momentos que hemos vivido están marcados por los ventiladores de techo que son algo muy característico de allí. Y… ¡benditos ventiladores! jeje.

Es increíble cómo se acostumbra tu mente de un segundo a otro. El primer viaje por carretera fue cuando nos recogieron del aeropuerto, íbamos algo “asustadas” porque las normas de tráfico no se parecen para nada a las nuestras… Conforme pasaban los días, ir por carretera era disfrutar viendo todo lo que había alrededor, sin prestar atención a los coches, buses o diferentes transportes que teníamos a un milímetro de nosotros. Pero, sin duda, el primer viaje en tren no lo cambio por nada, eso sí que era caos y risas aseguradas.

Nunca pensé que ir a un museo donde apenas entendíamos nada nos gustaría tanto. El truco estaba en que los museos eran los únicos sitios donde podíamos disfrutar del aire acondicionado.

Durante nuestra estancia allí, tuvimos la oportunidad de conocer a tres aspirantes a Hermanos Maristas con lo que tuvimos la suerte de compartir parte de nuestra experiencia. Ahora, están en Filipinas formándose para ser miembros de esta congregación a la que tanto queremos.

No puedo olvidarme de Calcuta. Una visita de apenas 3 días pero muy intensa. Solo puedo decir que ojalá todo el mundo tuviera la oportunidad de conocer alguna vez esta ciudad llena de rincones, historias, miradas, olores, ruidos, personas y más personas,…Aquí aprendí la expresión ¡bendito caos! Y así es. En Calcuta, al igual que en Talit, detrás de todo ese caos me encontré hospitalidad, cariño, acogida, ganas de conocer… y, sobre todo, ganas a aprender más sobre su cultura.

En nuestra estancia en la India nos dimos cuenta de lo que significa ESTAR y eso lo hemos aprendido gracias a la gente con la que vivimos durante ese mes de agosto: hermanos, niños, postulantes, sisters, gente de la aldea y alrededores… Al principio íbamos con ganas de hacer mil cosas y con prisas y al poco tiempo fuimos conscientes de lo importante que es estar y dejar de hacer. Un CTM de convivir, de escuchar, de pensar y pararse en lo verdaderamente importante. Eso ha sido Talit para mí.

Doy gracias a Dios por haber puesto en mi camino a todas y cada una de estas personas. Antes de ir a la India pensaba que ellos, en especial los niños, nos necesitaban a nosotras, pero ahora sé que no, que somos nosotras quiénes los necesitamos a ellos. Cuando pienso en gente auténtica, pienso en todos ellos. Son tal y como se muestran, transparentes. Y no puedo evitar decir que estoy enamorada de mi experiencia en Talit. Y, especialmente, enamorada de la vida de los hermanos que viven con estos niños para hacer que sus vidas sean algo más “fácil”.

Y sí, claro que echo de menos muchos de los momentos vividos con ellos: oraciones con la comunidad, paseos en bici rodeadas de vacas y cabras, pitidos de camiones, ir todo el día descalza, bailes de los niños, la comida y su pique, el descubrimiento del mango y la papaya, saltar en los charcos después de haber llovido, jugar con ellos, reírnos… Y muchas cosas más que sería imposible enumerar. Pero lo que más voy a echar de menos es no poder volver este año debido a la pandemia mundial que está sucediendo… y tener que esperar un año más para, si Dios quiere, volver a repetir esta gran experiencia.

Termino con la última frase que dijo uno de los niños al despedirnos de ellos en nuestro regreso a España: “No lloréis porque hemos sido felices de teneros aquí, nos vemos el próximo año”. Una pequeña muestra de lo especiales que son estas pequeñas personitas.

Una vez más, sobran las palabras.

Cristina Roldán | Voluntaria de SED

“Āmi tōmākē bhālabāsi”, un ‘te quiero’ en bengalí

Soy Elena Garmón, voluntaria de SED en CTM India este verano 2019. আমি তোমাকে ভালবাসি, “Amí tomaké balobasí”. Así es como te dicen en Talit “te quiero”. Y lo sé porque desde que llegamos no paraban de repetirnos “te quiero mucho” en español. Así que, qué mínimo que lo aprendiera a decir en bengalí, su idioma.

Acogida, cariño, ganas, ilusión, hospitalidad, ayuda mutua, interés por conocer… todo eso y mucho más es lo que me he encontrado en esa pequeña parte de la India.

Llevaba mucho tiempo queriendo vivir una experiencia de Campo de Trabajo y, por fin, este verano he sentido que había llegado mi momento. La casualidad o la suerte me han llevado hasta Talit, una pequeña aldea de Bengala Occidental. Y allí, sin darme cuenta, me he enamorado. Enamorado de la vida que tienen, de las costumbres, de las personas, de las sonrisas y de la locura que es aquello. Enamorado de los cincuenta y pocos niños con los que hemos vivido, enamorado de los tres Hermanos Maristas que dedican su vida a convivir con ellos y enamorado de los tres aspirantes a Hermanos con los que hemos compartido nuestra experiencia y que, ahora, como valientes, se han ido a Filipinas a formarse para ser miembros esta congregación tan especial.

Acostumbrada a mi cultura del hacer, hacer y hacer, he descubierto lo importante del estar. Estar hablando, estar aprendiendo, estar enseñando, estar colaborando, estar compartiendo, estar acompañando, pero siempre ESTAR. Pararse en lo importante, en lo pequeño, en lo bonito, y dejar las prisas atrás en el momento en el que bajas del avión. Y qué bien se vive sin prisas, observando, dejándote interpelar por lo que ves, y sintiendo algo diferente todos y cada uno de los días que he pasado allí, porque ELLOS se encargan de hacértelo sentir.

Vivir un mes en la comunidad ha sido especial, muy especial. Una pequeña comunidad en la que no faltan las típicas situaciones que ocurren en todas las familias. Me he sentido en casa, ¡y qué casa! Solo puedo darle infinitas gracias a Dios por haberme llevado hasta allí y pedirle por todas y cada una de las personas con las que me he cruzado en Talit.

Allí me he encontrado verdad en cada uno de los niños con los que he compartido la convivencia. Verdad en su manera de disfrutar, verdad en sus “te quiero” y verdad en sus “anda, trae que te ayudo” (dicho en su idioma y que entiendes solo con mirarlos).

Echo de menos todo lo que se ha quedado allí. Los madrugones, las oraciones en comunidad, los caminos en bici, las tormentas casi diarias, el calor, la humedad, la comida picante, los viajes en toto, en furgoneta, en moto, en tren y en autobús. Las misas diarias, las canciones de los niños, los “buenos días”, las “buenas noches”, los charcos de barro, las vacas y cabras en mitad de la carretera, los constantes pitidos de los camiones y coches, andar descalza, los mangos, las papayas, el arroz… Pero sobre todo, echo de menos a las personas, a todas. Personas de las que he aprendido que me sobran millones de cosas, que tengo miles de comodidades y que, cuanto menos tienes, más estás dispuesto a dar. Y ojalá que haber vuelto a mi casa, con mis comodidades y mis lujos, no haga que me olvide de ello.

Hace poco leí que “si te hace feliz, aumenta la dosis”, y eso es lo que voy a tener que hacer, porque feliz me ha hecho, y mucho.

Elena Garmón, voluntaria SED en el CTM de Talit, India.

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