Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama. (Mt 7, 7-8)
Tras seis años formando parte de un grupo misionero y cuatro veranos viajando a Bolivia como voluntario con la ONGD SED (Solidaridad, Educación y Desarrollo), encuentro en el anterior pasaje bíblico la esencia de lo que en mi vida ha supuesto y supone esta opción por los “favoritos” de Jesús.
Trasladándome a los comienzos de mi inquietud misionera, me encuentro ante una realidad que me inquieta y en la que constantemente busco mi sitio, llenando de preguntas mis momentos de oración. Es entonces cuando a través de la ONGD SED y de mi colegio Maristas, me invitan al primer encuentro misionero al que asisto donde una nueva realidad se abre ante mis ojos. Desde entonces, y tras un Sí lleno de dudas, comienzo a viajar a Bolivia donde Dios me tenía preparado uno de los mejores tesoros de mi vida.
En San José de Chiquitos y en sus comunidades he tenido la oportunidad de vivir la humildad del que sin tener poco o nada es rico en otras muchas cosas. Allí la experiencia de Dios se hace tangible diariamente a través de la alegría de sentirse familia en las distintas comunidades indígenas, más aun con el paso de los años, y de compartir con las comunidades de laicos y hermanos que nos reciben.
El qué hacemos es lo de menos, dejando paso a lo verdaderamente importante para nosotros que no es otra cosa que ESTAR. A través de los talleres, la alfabetización de adultos, el apoyo escolar, las campañas de higiene, las excursiones, las catequesis y celebraciones, etc., que ofrecemos a los comunarios, lo que verdaderamente pretendemos es hacernos presentes, estar junto a ellos, estar como ellos y empaparnos de la alegría de vivir el evangelio desde la mirada de los que lo hacen vida. Para mí, como laico Marista, la presencia siempre ha tenido un valor muy importante y es en mi experiencia misionera donde más he podido experimentar lo importante de este carisma.
La experiencia vivida en estos años supera con creces todo lo que pudiera haber imaginado en algún momento de mi vida llevando a sentirme realmente pleno y feliz con lo que hacía en cada momento estando en Bolivia. Esa es la magia del ser misionero, descubrir la felicidad a través del servicio a los demás. Esto hace que las dificultades que se encuentren en el camino, como la aceptación de tu opción por parte de la familia, pase de ser una negativa ante un posible viaje a una aceptación de la realidad y las experiencias que vivimos allí ya que, ¿qué madre, padre, esposa o amigos no quieren que hagas algo que te hace sentir y transmitir felicidad y alegría?
El evangelio nos invita a ser personas con un corazón compasivo, huyendo del compadecer y transformándolo en PADECER CON. Es en esta experiencia en la que, quitando lo accesorio de nuestras vidas, al ponernos en manos de Dios y al servicio de los demás encontraremos la verdadera alegría de anunciar y vivir el evangelio.
José A. Paredes Moreno
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