Gracias y hasta pronto
Gracias y hasta pronto. Estas fueron mis palabras cuando tuve que despedirme de los niños del Hostel de Talit.
Aunque a lo largo del mes que estuvimos en la India fui escribiendo un diario de notas y alguna que otra reflexión personal, sólo ahora, varios días después de haber aterrizado en Valencia, creo poder encontrar las palabras para describir con cierta perspectiva la experiencia vivida. Una inolvidable experiencia con un antes, un durante y un después.
Mi “antes” es algo particular, ya que es un antes concentrado. Durante muchos años estuve deseando ser voluntaria internacional, marchar lejos a conocer la otra cara del mundo, a ver con mis propios ojos y tocar con mis propias manos la tierra que forma esa parte del camino; porque siempre supe que mi camino también pasa por esos lugares.
Y por fin las circunstancias fueron las que fueron y me embarqué en un nuevo proyecto para mí, algo que quizá formaba parte de mí antes de que empezara, algo que ya es parte de mí y algo que espero y deseo forme parte de mí el resto de mi vida.
Así fue como llegué, en un momento en el que me sentía plenamente feliz, a las puertas del“Chetana Tribal Boys Hostel” de Talit, India.
Allí nos esperaban expectantes 70 niños, dos Hermanos y tres jóvenes postulantes. En silencio, con todas aquellas miradas clavadas en nosotras tres, empezó mi “DURANTE”. A los pocos minutos, el silencio se transformó en canción, la canción en oración, en bailes, en juegos y risas, en alegría. Porque allí sólo vi alegría. Y así transcurría nuestro día a día entre los niños y los Hermanos Chema, Malangmei y Jiji, que fueron para nosotras no sólo hermanos sino también padres, amigos y compañeros. De ellos he aprendido tantas y tan importantes cosas que jamás olvidaré; ellos han sido un ejemplo de hospitalidad, de cómo vivir en comunidad y compartir el día a día cuando el contexto no es fácil.
Por las mañanas nos levantábamos bien temprano para hacer la oración en comunidad y luego nos íbamos dando un paseo (a veces en moto o en la furgoneta) a la misa diaria en Chetana, donde nos encontrábamos con algunas Hermanas y religiosos de la zona. Después volvíamos al Hostel para el desayuno, uno de los momentos de reunión que teníamos para organizar y reorganizar el día, discutir quién iba a cocinar, las clases que íbamos a dar o las excursiones que queríamos hacer. Al terminar, entre todos recogíamos y limpiábamos en unos minutos, ¡como un buen equipo! Entonces eran ya cerca de las 9.00 de la mañana y los niños se preparaban para ir al colegio. Entre las 9.30 y las 11.00 teníamos un rato de conversación en inglés con los tres postulantes, que muchas veces transformábamos en juegos y actividades que les resultasen entretenidas y divertidas, ya que pasaban muchas horas de estudio y trabajo durante el resto del día.
Los niños volvían del cole cerca de las 15.30 o 16.00, por lo que teníamos unas horas para preparar clases y juegos. Yo aprovechaba este tiempo para pintar el mural de la capilla, un pequeño motivo decorativo que surgió en una conversación durante la comida y que finalmente se llevó a cabo con paciencia e ilusión.
Sobre las 16.15 h María, Paula y yo (siempre acompañadas por alguno de nuestros niños) nos íbamos dando un paseo al “Chetana Community Care Centre”, donde la Hermana Chandra se encarga de cuidar y atender a 13 niñas con Hiv/AIDS. Allí pasábamos una hora, a veces jugando a veces leyendo a veces bailando, a veces mirando a veces escuchando y a veces tomando té; pero siempre dando abrazos y sonriendo.
Antes de las 18.00 h ya estábamos de vuelta en el Hostel para las clases de inglés con los niños. Los más pequeños, Class 5 y Class 6, se quedaban con una profesora; María tenía a los de Class 7, Paula a los de Class 8 y yo a los mayores de Class 9 y Class 10. Nuestro propósito era que practicasen lo que estudian en el colegio, que hablasen, porque el inglés es muy importante para ellos… pero la realidad es que la mayoría sabe poco y entiende a duras penas. Así que intentábamos hacer actividades y juegos que les resultasen divertidos (con algo del dinero que conseguimos recaudar, compramos flashcards, cartas de memory, un Scrabble, el Twister, juegos de preguntas, etc.) con los que pasamos horas y horas entretenidos.
Después de la clase los niños tenían tiempo libre y nosotros oración en comunidad antes de la cena. Y después de cenar otro ratito de juegos con los niños.
Este era más o menos nuestro día a día normalmente, claro que los días excepcionales en la India eran casi más que los días normales: al poco de llegar fuimos a la casa de los Jesuitas a celebrar el día de San Ignacio de Loyola (su fundador), organizamos una fiesta por el cumpleaños de nuestro Superior el Hermano Malangmei, recibimos la visita de los Hermanos Luís Carlos Gutiérrez (vicario general) y Joao Carlos Do Prado (consejero general), celebramos el día de la Independencia, tuvimos bienvenidas y despedidas.
Y también pudimos hacer alguna que otra salida: fuimos a Burdwan (la ciudad más cercana) a hacer algunas compras; pasamos dos tranquilos días en Saheb Danga (una pequeña aldea a una hora de Talit) donde vivimos con las Hermanas que llevan el “Asha Kiran Hostel” y visitamos varias familias de la zona; recorrimos las aglomeradas calles de KolKata, sus tiendecillas y mercados, sus impresionantes templos hindúes y sus descriptivos museos históricos; fuimos a Santiniketan y conocimos el “Visva-Bharati Campus” donde estudió el famoso escritor Tagore, visitamos su casa y el museo. Estuvimos en escenarios de lo más variopinto, pero en todas partes supe reconocer algo en común: un cariñoso sentido de la hospitalidad. En la India lo humano es lo principal, en todos los aspectos, es lo que se percibe en primer lugar y lo que te acompaña allá donde vayas y hagas lo que hagas.
Esta humanidad en el otro es la que marca mi “DESPUÉS”. Personalmente, no estoy segura de que esta experiencia me haya transformado radicalmente o me haya hecho cambiar mi forma de pensar y de ver la vida; quizá porque ya había cambiado antes, quizá porque ya había pasado por un profundo proceso de transformación y maduración interior; quizá porque allí tuve la oportunidad de vivir lo que esperaba desde hacía tanto tiempo, quizá porque pude compartir mi felicidad con quienes la entendían. En mi caso, el choque o descubrimiento ha sido ese “otro”, esos otros, que nada tienen que ver con los otros que conocía antes; esos otros que corren de un lado a otro con el ceño fruncido y el gruñido entre dientes. En la India solo he visto gente sonriente, miradas alegres, gratitud, afecto, amor. Amor, mucho amor. Gente que te abre su puerta, te acoge sin conocerte y te da lo mejor que tiene: su sonrisa (siempre con un té y algún dulce, claro). Diría que un poco al estilo Marista, te invitan a su mesa y comparten su humanidad contigo. Porque eso es lo que somos todos, vengamos de donde vengamos y vivamos donde vivamos, todos somos seres humanos, y lo demás son sólo detalles circunstanciales que forman parte de nuestro camino.
Alicia Alfaro
Voluntaria de SED en Talit, India
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